Mª Jesús Lazcano Hamilton

Texto basado en la intervención de Mª Jesús Lazcano Hamilton en la Mesa Debate “Sobre pandemia y juventud”, en el marco del Congreso on-line “El ascenso de los fascismos (psicoanálisis de masas)” de Escuela Abierta, septiembre 2021

En el título de este artículo sobre pandemia y adolescencia hacemos referencia a que en circunstancias tan cambiantes se hace difícil concluir. Por ello enfatizamos el hecho de que no es algo cerrado, sino que se trata más bien de hacernos preguntas y reflexionar sobre cómo está influyendo la pandemia en la adolescencia (y también, en buena parte, en los jóvenes con más edad).

La adolescencia se prolonga, eso es un hecho. Todo llega más tarde: la salida de casa, los estudios son más largos, el primer trabajo… Salir de casa y ser independiente es todo un reto. Para unos se retrasa la responsabilidad y la madurez. En otros, lo que se produce es la desesperación por la dependencia prolongada.

¿Atrapados en la infancia?

Nos preguntamos hasta qué punto lo sucedido ha propiciado el quedar atrapados en la infancia, al no tener facilitados los espacios para el cambio y el crecimiento. De hecho, algunos han regresado a la seguridad de lo conocido, de la casa, al aislamiento. En general estos han sido los niños y niñas con dificultades sociales, aquellos que recuerdan el colegio y la hora del recreo con inquietud. Estos han estado contentos, más calmados y relajados. De modo que, incluso desde esa calma en casa, han hecho avances escolares. La vuelta al colegio les volvió a plantear los mismos problemas, pero, en este caso, las restricciones COVID les fueron propicias, les ayudaron las burbujas. “Los que se meten conmigo están lejos, en mi grupo más o menos me tratan bien”.

Otros, sencillamente, han hecho una notable involución, han vuelto o seguido en la infancia y la dependencia.

La adolescencia es un momento de cambios en el que la construcción de lo propio conlleva cierto alejamiento de la familia, salir a encontrar otros referentes, más allá de los familiares. Es momento de nuevas identificaciones, una etapa de socialización por excelencia, del grupo de pares. Es también un momento de paso, de acceso a nuevos espacios sociales, la pandilla, las salidas de noche y el encuentro con el alcohol y el tabaco… Momento de rebeldía y transgresión. También momento de elecciones: en esta etapa de la vida los jóvenes suelen tener que tomar decisiones importantes para su futuro respecto a los estudios o las salidas laborales.

¿Cómo se ha podido hacer todo esto en el contexto de la pandemia?

En cada generación, la construcción “propia” de los adolescentes tiene sus rasgos especiales, que siempre resultan extraños y un reto para los padres de turno. Esos rasgos son “propios”, aunque todo el grupo vaya, por ejemplo, vestido como de uniforme.

Por tanto, este proceso requiere un espacio propio, alejado de la familia, de los padres. Este espacio propio tiene una vertiente privada, mis cosas, y una vertiente grupal, nosotros, frente a unos padres que ahora son los viejos.

Durante la pandemia, tanto la intimidad como la posibilidad de salida y exterioridad se vieron trastocadas.

Para la intimidad, en muchos casos no había espacio propio en casa. Cuando se podía, la habitación brindaba un lugar propio o… “tengo que estar con el idiota de mi hermano jugando con los playmobil”. A veces, los horarios han permitido espacios: esperar a que los demás se acuesten para estar a solas (para desesperación de algunas madres y padres).

Pero el cuarto propio también se podía convertir en lugar de sumo aislamiento.

Respecto al grupo de pares, vimos que al principio (en el confinamiento estricto) no había ninguna posibilidad de exterioridad más que la virtual. Después, han podido reunirse, pero en ese modo extraño de la nueva normalidad con mascarilla y distancia social. “Es que la tonta se acerca y no se pone bien la mascarilla”

Los ritos de paso habituales se vieron eliminados por las restricciones COVID: sin viajes de fin de curso, sin fiestas (de graduación, ni de ningún tipo…). Por otra parte, fue un tiempo descafeinado: sin salidas, sin conciertos, sin deportes…

La rebeldía ha encontrado un lugar en lo virtual

El enfrentamiento habitual con los padres en este momento de la vida se acentúa, en ocasiones, por la situación de encierro. Si bien algunos niños y niñas más pequeños han disfrutado de sus padres como nunca, en la adolescencia lo que se quiere es otra cosa.

La insistencia en lo virtual, las pantallas, ya venía siendo motivo de conflicto en casa. Ya antes de la pandemia la red era un espacio propio y desconocido para los padres, donde ver a unos youtubers que ellos ni conocen, series de las que los mayores no tienen noticia, seguir vidas de familias que cuentan en la red cada paso que dan, como la familia Carameluchi, participar en foros de los más diversos temas, ver pornografía, también publicar una novela por capítulos y tener 10.000 seguidores…

Ya había muchos que no sabían vivir sin pantallas.

Ahora todo esto cobra mayor protagonismo, el espacio virtual pasa a ser casi todo: lugar de encuentro o aislamiento, de evasión, de transgresión, de búsquedas…

Las redes sociales son un lugar desde donde relacionarse de un modo especial, ya que permiten crear un “perfil” propio, diseñado a medida, donde mostrar una versión determinada de sí. Tener muchos likes y followers es un sueño. Y muchas más cosas. En resumen, lo virtual queda como lo propio (mis cosas), como lo que permite la exterioridad, una ventana al mundo (también a la sexualidad), un modo de tener relaciones propias por fuera de la familia, y también, como el aislamiento.